El mundo sin nosotros

No tenía intención de comenzar este libro hasta más adelante, pero cometí el error de abrir la primera página y leerla... y cuatro días después ya me lo había terminado.

"El mundo sin nosotros", de Alan Weisman, es un ejercicio mental, un intento de responder a la siguiente pregunta: "¿Qué sucedería si mañana mismo todos los humanos desaparecieran de la faz de la Tierra?". A partir de esa pregunta se van analizando distintos hechos de la vida moderna y su repercusión en el futuro.

El libro nos va contando unos cuantos hechos sorprendentes sobre cómo la naturaleza iría recuperando el terreno perdido. Uno de los primeros capítulos nos habla de la evolución de la ciudad de Nueva York, contando como primero el metro se inundaría debido a que las máquinas que bombean agua constantemente dejarían de mantenerse y por lo tanto terminarían estropeándose. De cómo los aparentemente indestructibles rascacielos se vendrían abajo cuando sus cimientos se pudrieran por el agua; de los incendios que arrasarían partes enteras de la ciudad sin un cuerpo de bomberos; o, lo que quizá me resultó más sorprendente, de cómo los árboles comenzarían a brotar en las calles sobre los restos orgánicos que se acumularían en las cunetas según pasaran los años.

Otro ejemplo serían las centrales nucleares, que explotarían en pocos años cuando el sistema de refrigeración terminara fallando, haciendo que sus núcleos se derritieran hasta convertir la zona en una masa incandescente de metal fundido y radiactivo. Lugares envenenados que aún así los animales colonizarían, como ya han hecho en Chernobyl, a pesar de las mutaciones que la radiación provoca en sus descendientes y las enfermedades que ellos mismos sufren.

A lo largo de todo el libro nos va quedando la idea de que en un período relativamente corto después de nuestra desaparición, nuestra civilización y todo lo que hemos creado comenzaría a marcharse con nosotros, al estilo de las ciudades de la India o de Centroamérica devoradas por la selva.

Ni papeles, ni CD's, ni pinturas ni rascacielos nos sobrevivirían mucho tiempo, aunque algunas cosas sí lo harían: las estatuas de bronce como por ejemplo la Estatua de la Libertad; las estructuras hechas sobre granito como el Monte Rushmore; los plásticos de botellas, bolsas y envases, que no han sido disueltos por ningún microorganismo desde que comenzaron a crearse a mitad del siglo XX y que en un gran porcentaje terminan en los océanos, creando islas de basura del tamaño de pequeños continentes, como la que se encuentra en el Giro Norte del Pacífico (la "Great Pacific Garbage Patch").

El final del libro nos habla de cosas que nos sobrevivirán, pero que ya están lejos de nosotros, como las sondas Voyager que viajan por el espacio llevando discos de oro con diagramas de la estructura del cuerpo humano, grabaciones de música de Bach o el sonido de un beso. O las ondas de radio y televisión, que llevan un siglo escapando de la Tierra y que en un tiempo sorprendentemente corto llegarán al borde de la galaxia, hasta que se degraden y se confundan con el ruido de fondo del Universo.

Si hay que buscarle una pega al libro esta sería que muchas veces no ves un hilo conductor claro en el libro, que salta de un tema a otro sin una dirección clara. Aún así, es un libro fascinante, que te atrapa desde el principio y te muestra cosas en algunos casos sobrecogedoras con un tono calmado y un ritmo de narración que recuerda al de un documental televisivo de naturaleza.

Un libro altamente recomendado: compradlo, pedidlo prestado o robadlo, pero leedlo.

Saludetes,
Carlos