Ah, las leyendas. Esos cuentos, algunas veces terribles, que se transmiten de generación en generación, transformándose y cambiando a medida que distintas personas la cuentan. Hoy os traigo una leyenda de Highdell.
Pregunta 6: No existe zona habitada, incluso en la actualidad, donde no existan leyendas, cuentos para asustar a los niños o historias de magia fantásticas y maravillosas que nos hacen sentir escalofríos. Highdell no es distinto. Seguro que conoces alguna de sus leyendas. Algo que se susurra tras las puertas, mientras sus narradores y sus oyentes se santiguan a sus dioses. Cuéntanosla.
Dicen en Highdell que, en tiempos de nuestros abuelos, había un cruel alcalde llamado Rakard. El Alcalde Rakard era un hombre codicioso y de cólera fácil, y lo único que amaba en este mundo era a su hija, la bella Rachel, una niña hermosa con una voz angelical.
Rakard siempre había tenido grandes planes para su hija. Durante años utilizó su posición para amasar una gran fortuna que usar como dote para su hija, con objeto de casarla con un noble importante. Muchos caballeros y nobles se acercaron a Highdell a cortejar a la dama cuando esta llegó a edad casadera. Muchos de ellos ofrecían regalos tanto al padre como a la hija, y el Alcalde Rakard estaba muy complacido. Rachel pasaba los días esperando que su padre le eligiera marido, y mientras tanto trabajaba en el telar o tomaba lecciones de su precepor. Lo que más le gustaba, sin embargo, era cantar hermosas canciones en su balcón, cuando caía la tarde.
Un día, al atardecer, mientras Rachel cantaba, comenzó a escuchar el dulce sonido de una flauta, cuya melodía acompañaba a su propia música. Aquel que tocaba la flauta era un joven llamado Aran, un trovador errante de humilde condición, pero prodigioso talento. Los dos jóvenes se enamoraron perdidamente el uno del otro. Durante muchas noches, Aran acudió al balcón de su amada, y juntos interpretaron una música tan bella como ninguna otra que se hubiera oído en Highdell.
Lamentablemente, los rumores sobre esta relación terminaron llegando a oídos del alcalde. Rakard no estaba dispuesto a consentir que su hija se casara con un trovador pordiosero, así que le prohibió a Rachel volver a ver a Aran. Pero Rachel estaba enamorada y siguió viendo a su amado a escondidas.
Al fin, con objeto de librarse del problema, Rakard intentó sobornar a Aran para que abandonara el pueblo. Como el joven se negó, el alcalde recurrió a unos hombres de su confianza, que le dieron una paliza, rompieron su flauta y le echaron de Highdell. Pero Aran se fabricó otra flauta y volvió a escondidas al pueblo. Durante semanas esquivó a los hombres del alcalde, y continuó viendo a Rachel, y su relación se convirtió en objeto de habladurías en el pueblo. Tan pública llegó a ser, que varios pretendientes abandonaron Highdell y mucha gente comenzó a mofarse del alcalde.
Finalmente, la suerte abandonó a Aran, y los hombres del Alcalde le capturaron. Rakard en persona le arrojó a una oscura mazmorra, la más profunda que encontró en los viejos túneles que horadan el subsuelo de Highdell.
Pasados unos meses, el alcalde descubrió que su hija estaba encinta. El hijo que esperaba era de Aran, y la furia de Rakard fue terrible. Todos sus sueños de un futuro glorioso para Rachel se desvanecieron. Encerró a su hija en sus aposentos, y después bajó a los túneles donde estaba la celda de Aran.
Al entrar en las mazmorras, escuchó el dulce sonido de una flauta. Rakard descubrió que los guardias permitían a Aran que tocase su instrumento porque traía algo de alegría a las húmedas y oscuras profundidades.
Rakard entró en la celda con sus hombres, rompió la flauta de Aran y después ordenó a su médico personal que le cortara la pierna a Aran, por debajo de la rodilla. Cuando el joven recobró la consciencia, con su herida cauterizada con fuego, Rakard le entregó el hueso de su propi pierna, diciéndole que se fabricase con él una nueva flauta. Después, ordenó tapiar la celda con el trovador dentro, para que Aran muriera de hambre. Hecho esto, Rakard volvió a los aposentos de su hija, y ordenó a su médico que le diera un bebedizo que matara al niño en el vientre de su hija. El médico se negó a esta última crueldad, y finalmente Rakard recurrió a los servicios de una bruja. La bruja le fabricó la poción, y Rakard cometió el horrendo crimen contra su propia sangre.
Rachel entonces dejó de tener apego a la vida. Pasaba las noches en vela y se negaba a comer. Un día, al fin, murió.
En el velatorio, con el cuerpo de su hija envuelto en su sudario, Rakard se frotaba las manos, y maldecía a los dioses con terribles blasfemias. Pero sobre todo, maldecía la memoria de Aran el trovador, que había traído la vergüenza y la muerte a su casa.
Entonces, en mitad de la vigilia, se empezó a escuchar una música. Una música de flauta. Venía de las mazmorras, pero a los que la oyeron les dio la impresión de que llegaba desde el mismo Infierno. Poco a poco el sobrenatural sonido se iba acercando hacia el lugar donde yacía el cuerpo de Rachel. Las gentes de Highdell, asustadas, huyeron del lugar. El alcalde se quedó solo, abandonado incluso por sus hombres de confianza.
Desde la calle, los pocos ciudadanos de Highdell que tuvieron la valentía de no encerrarse en sus casas escucharon cómo el sonido cada vez más fuerte de la flauta se iba mezclando con las cada vez mayores maldiciones del alcalde, hasta que, finalmente, se escuchó un horrible alarido, y después, el silencio.
Cuando al fin alguien tuvo la entereza de volver a la cámara donde yacía Rachel, encontraron al alcalde muerto, sin una herida en el cuerpo, pero con una expresión de terror en su rostro desencajado. Pero el cuerpo de Rachel no estaba en el féretro. No lo encontraron jamás.
Días después, el nuevo alcalde, después de averiguar todo lo que pudo sobre la historia que había tenido lugar, ordenó derribar el muro de la celda en la que habían encerrado a Aran.
Cuando lo hicieron, no encontraron el cuerpo del trovador; en el suelo de la celda sólo había una flauta hecha de hueso.
Saludetes,
Carlos