Un relato confesado por el Alférez Vasiliev, alegre y parlanchín Oficial de Diplomacia en la nave USS Heracles. Pero todo el mundo tiene algún esqueleto en el armario... Ambientado en el universo de Star Trek, pero espero que comprensible sin necesidad de ser fan.
Espero que os guste.
Pues sí, me cuesta bastante estarme callado. Si hay una frase ingeniosa que decir o cualquier tontería, algo me obliga a soltarlo, porque si no, se perdería para siempre... ¿y dónde van las palabras que no se pronuncian?
Claro, ese es el problema, que hay veces que aciertas y veces que no. Hay gente a la que le molesta mi cháchara interminable. Pero cada cual es como es... y siempre pueden irse de la habitación, jajaja.
Ah, eso... bueno, sí, creo que en ocasiones soy demasiado impulsivo. Normalmente mantengo la calma, pero si hay alguien en peligro, sobre todo si es... una persona indefensa, bien, entonces tengo que actuar. No importan demasiado las consecuencias.
No, no siempre fui así, pero todo cambió después de Dorvan V.
Oh, no es ningún secreto, está en mi ficha: el juicio fue público, y ya pagué por lo que hice. Un añito varado en la Tierra. Aunque mira, al menos pude pasar tiempo con mi abuela, una mujer maravillosa. Y me declararon apto para el servicio de nuevo.
Dorvan V... separado de la tripulación de la Leeds, rescatado por los nativos, y más de seis meses estándar perdido en las montañas, luchando contra los Cardassianos... fue toda una experiencia, sin duda.
Los Cardassianos tenían realmente el derecho a administrar el planeta, pero no fueron buenos gobernantes. No con los humanos que ya estaban allí antes que ellos. Al final los nativos se rebelaron y algunos grupos huyeron a las montañas y comenzaron una guerra de guerrillas y atentados. Cuando mi compañero Legrand y yo nos fuimos a entrevistar con uno de los grupos rebeldes, los Cardassianos nos atacaron. Legrand murió y yo escapé con los rebeldes, herido. Se rompió mi comunicador y me vi aislado, así que me gané la confianza del grupo, y comencé a ayudarles.
Luché contra los Cardassianos, y maté a unos cuantos.
No, no seamos injustos. Los Cardassianos no son monstruos. Su sociedad es el resultado de muchos factores, muchos de los cuales escapan a su control. El resultado es una sociedad donde el Estado está por encima del individuo y donde el orden es más importante que la justicia. Y son muy expansionistas. Pero no son monstruos.
Platón dijo una vez: "Hay en cada uno de nosotros, aun en los de pasiones más moderadas, deseos verdaderamente temibles, salvajes y contra toda ley".
Todos podemos ser monstruos en un momento dado.
...
Un día cuatro de nosotros salimos en una misión...
Buscábamos un transmisor planetario, para poder interceptar las comunicaciones de los Cardassianos. Avanzamos hacia una pequeña ciudad.
Nuestro líder era Brayen, Corazón Sangriento. Era un tipo muy callado, un guerrero. No le caía muy bien, y le molestó que le obligaran a aceptarme en el grupo.
Una noche, Brayen se cansó de mi cháchara, y me pegó un par de puñetazos mientras estaba bromeando con los otros dos compañeros. Me tiró al suelo, me inmovilizó y me puso su cuchillo en la garganta. Después dijo: "Wakinyela sansán, vas a mantener tu boca cerrada hasta que volvamos con el resto. Si vuelves a hablar, te cortaré la lengua", y me rajó un poco la piel del cuello.
¿Wakinyela sansán? Quiere decir "Paloma Blanca". Me pusieron el mote cuando se enteraron de que era diplomático.
Sí, sí dolió, sobre todo en mi orgullo. Me mantuve en silencio durante horas. Es muy difícil permanecer callado cuando te obligan. Puedes tirarte un día entero sin hablar con nadie o sin hacer cualquier otra cosa porque no te apetece, pero cuando te obligan a permanecer callado o a no hacer algo... el espíritu se rebela; la libertad se necesita lo mismo que el aire.
Pero yo tenía miedo, así que no decía nada, salvo cuando Brayen me preguntaba directamente.
La cosa fue mal desde el principio. Muchas veces caíamos en trampas que nos tendían los Cardassianos. Algunos pensaban que había traidores en el grupo, o espías. Pero en realidad los Cardassianos estaban mejor organizados, tenían experiencia militar y recursos... no era de extrañar que nos sorprendieran una y otra vez, sobre todo cuando dejábamos las montañas.
Llegamos al pueblo de noche, y encontramos el transmisor, pero estaba demasiado bien custodiado. Nos retiramos a través de los callejones, pero pronto nos dimos cuenta de que nos seguían. Nos refugiamos en una casa medio en ruinas, cerca de las afueras del pueblo. Los Cardassianos estaban registrando las casas cercanas. Y entonces apareció una persona. No sé de dónde salió, quizá de una puerta cercana.
Se nos quedó mirando, petrificada. Era una mujer, humana. Tenía un bebé en los brazos, un niño muy pequeño.
El primero en reaccionar fue Brayen. Se acercó a la mujer, y la obligó a sentarse, aún con el niño en brazos. Los Cardassianos se acercaban. Y entonces el niño comenzó a llorar, muy fuerte. Terriblemente ruidoso, en el silencio de la noche.
Brayen comenzó a hacer señas a la mujer para que callara al niño. Mis dos compañeros y yo estábamos al otro lado de la sala, tumbados bajo las ventanas, pero veíamos perfectamente la escena, con la luz que entraba en la habitación. Brayen daba órdenes, enfadado, en voz baja. La mujer trataba de calmar al niño, y él no dejaba de llorar.
Recuerdo que sólo quería que el niño se callara, que la mujer le calmara, que los Cardassianos se fueran. Pero sobre todo, que el llanto terminara. Lo deseaba tanto que el Gran Espíritu me lo concedió.
Entre las sombras, vimos a Brayen lanzar un golpe, y el niño dejó de llorar.
Me recorrió un sudor frío y me quedé petrificado, congelado en el lugar en el que estaba.
Y al momento, fue la mujer la que comenzó a chillar, pero sólo fue un instante. Se oyó un pequeño grito, pero ahogado. Supongo que Brayen le cerró la boca con una de sus manazas. Durante un tiempo muy largo, la mujer forcejeó. La oímos luchar. Y no hicimos nada. Nos quedamos ahí, sentados, quietos como animalitos deslumbrados por la luz. Y después dejamos de oir nada, porque se oyó una explosión y la casa se derrumbó sobre nuestras cabezas.
Finalmente, los Cardassianos nos habían encontrado. Comenzó un tiroteo. Uno de mis compañeros cayó muerto. Brayen salió de entre las sombras, gritó una orden y saltó hacia fuera, disparando. El otro y yo le cubrimos, disparando como locos a todo lo que se movía. No sé cómo lo hizo, pero consiguió esquivar los primeros disparos, se plantó en mitad de los Cardassianos y arrojó un par de granadas. Todos saltaron por los aires, incluyendo a Brayen.
Mi compañero aprovechó para salir corriendo hacia el bosque. Me dijo que fuera con él, pero yo me acerqué a donde estaban la mujer y el niño. La mujer estaba muerta. Había un gran trozo de mampostería sobre ella. El niño estaba a su lado.
Aún respiraba. No se movía mucho, así que le cogí en brazos. Me adentré en el pueblo, mientras sonaban alarmas y se acercaban las tropas. Yo ignoré a todos, y supongo que fui ignorado también, no sé cómo. La niebla de guerra es confusa. De repente me vi frente a una puerta abierta. Había una persona en el umbral, un humano. Me acerqué a él y le di al niño. Se quedó mirándole, confuso.
Luego me miró a mi. Era un hombre mayor. Me recordaba a mi padre. No había reproche en sus ojos, simplemente, ¿cansancio? ¿estupor? ¿la mutua comprensión de lo frágil que es la vida? Cuando dejó de mirarme y miró al niño, aproveché y salí corriendo, hacia el bosque.
Conseguí una cierta ventaja. Descubrí que estaba herido tiempo después. Aún tengo la cicatriz, no he querido quitármela. Llegué al campamento, no sé ni cómo, y mi otro compañero también lo consiguió, un par de días antes que yo.
No deberíamos haber dejado que Brayen hiciera lo que hizo. Deberíamos haber dicho algo, hecho algo. Haber intervenido. No sé si mató a la mujer o si sólo la dejó inconsciente, pero creo que la matamos entre todos, por acción o inacción.
Desde ese día me dije a mí mismo que jamás dejaría que alguien hiciera daño a otra persona sin intervenir. De forma egoísta, lo admito, porque no podría soportar tener otra muerte inocente sobre mi conciencia, directa o indirectamente.
...
Lo que aún me atormenta es que no estoy seguro de si el niño estaba vivo o no. Yo creo que sí estaba vivo, pero no lo sé seguro. Quizá le entregué a ese hombre un... un... quizá ni siquiera hubo ningún hombre y estuvo sólo en mi mente...
O no. Quizá sí le salvé, pero... pero no lo sé. Quizá necesito creer que sí... Pero nunca lo sabré.
...
¿Dónde van las palabras que no se pronuncian? Algunas se quedan dentro de tí y te devoran por dentro.
...
Lo siento.
No llores.
Por favor, no llores.
...
Ven, abrázame.